Permitir que ellos pongan la voz, dejar espacio al sonido del niño, ofrecer tiempo a la acción y la creación.
Ofrecer a los más pequeños juguetes que no emitan sonidos, ni luces, que no se muevan solos, que no tengan posibilidades limitadas.
Observar, acompañar y mirar su juego, cuidar que nuestro lenguaje no ocupe e invada el movimiento y el «hacer» de los niños.
Esperar pacientes que sean ellos quienes, en un momento dado, en el momento oportuno, levanten la cabeza, distancien la mirada de su juego y la compartan con nosotros, despertando, al unísono, una sonrisa en los dos, un gesto amoroso que reconoce y valora «lo que quiera que sea».
Laura Pueyo Pardo