Lo que ocurre en la sesión de psicomotricidad, se queda en la sala. Es decir, queda representado en la transformación del espacio, en la colocación de los objetos, en el dibujo, queda reflejado en las miradas y el gesto de las personas que han participado, integrado y evolucionado por cada una desde donde estaba y hasta donde ha podido.
La psicomotricista observa, escucha y sostiene toda expresión, sin juzgar, sin interpretar, y así, favorece la evolución de cada ser, sin anteponer sus expectativas y objetivos, a los deseos y necesidades de los otros.
Es el niño quien decide, qué, cómo, cuando y con quién comparte las vivencias y experiencias que han tenido lugar durante la sesión de Psicomotricidad.
La seguridad, la confianza y el vínculo nacen, crecen y permanecen en el tiempo, en parte, desde este respeto a la intimidad de la otra persona.
Laura Pueyo Pardo