Dice Michel Odent, el prestigioso obstetra francés, que la principal preocupación de quienes rodean o atienden a una mujer embarazada debería ser velar por su bienestar emocional.

Y es que, a medida que avanza el conocimiento de la fisiología de la gestación, también aumenta la certidumbre de que el estado emocional de la madre es primordial para el desarrollo del bebé intrauterino e incluso para su salud futura.

A lo largo de los últimos años, diversos estudios han venido señalando que el estrés intenso durante el embarazo, por ejemplo por una fuerte presión en el trabajo, maltrato en la pareja, acontecimientos vitales como la muerte de un familiar muy cercano, o incluso el rechazo a un embarazo no deseado, puede tener importantes repercusiones, como veremos.

Una de las consecuencias del estrés materno intenso que se han señalado de manera más insistente durante la última década es la mayor incidencia de partos prematuros y bajo peso al nacer. Por lo general, la hipótesis que manejan los investigadores es que los niveles elevados de hormonas del estrés asociadas con la depresión y ansiedad, como el cortisol, pueden reducir el aporte sanguíneo a la placenta e inducir un parto prematuro.

Nuevos estudios, llevados a cabo en Amsterdam sobre las condiciones laborales de 8.266 mujeres, muestran que el trabajo intenso o una jornada laboral de más de 32 horas semanales en el primer trimestre de gestación está asociado con bajo peso al nacer y mayor riesgo de dar a luz un bebé pequeño para su edad gestacional.

Aunque es común que las mujeres embarazadas reduzcan o interrumpan su jornada laboral al final de la gestación, los resultados de este estudio sugieren que reducir la jornada laboral en los primeros meses de embarazo puede ser beneficioso para las mujeres que tienen trabajos estresantes a tiempo completo.

Además, con respecto al desarrollo neurológico del bebé, la desregulación génica, la destrucción de neuronas y sinapsis (conexiones entre neuronas), la inhibición del desarrollo dendrítico, el desarrollo inadecuado del cuerpo calloso y del cerebelo son algunos de los mecanismos por los que el estrés materno afecta al desarrollo neurológico fetal. La exposición a niveles elevados de estrés prenatal, sobre todo durante las primeras semanas de embarazo, puede influir negativamente en el desarrollo cerebral del feto, determinando alteraciones del desarrollo de las habilidades intelectuales y del lenguaje en el niño.

La actividad del eje hipotalámico-hipofisario-adrenal y su liberación de la hormona liberadora de corticotropina, está bajo la influencia del estrés, a través de los niveles de cortisol sanguíneo. El entorno fetal puede verse alterado si el estrés de la madre altera su perfil hormonal, y se sabe que hay una relación directa entre los niveles de cortisol materno y fetal.

No obstante, aún no se conocen con exactitud los mecanismos implicados en esta interacción. Por ejemplo, la respuesta del cortisol materno al estrés se reduce a lo largo de la gestación, y al principio del embarazo, la conexión entre el cortisol materno y fetal no es tan fuerte. Es posible que los efectos del estrés y la ansiedad materna en el desarrollo del feto y el bebé puedan verse atenuados por otros factores, como la alimentación durante el embarazo. Se ha sugerido que un estado de hipervigilancia o ansiedad, o la actividad intensa del eje HHA puede ser una respuesta adaptativa al estrés ambiental durante la evolución, pero persiste en forma de vulnerabilidad a los trastornos del neurodesarrollo.

 

Laura Pueyo Pardo

Referencias Bibliográficas: Michel Odent