A veces detrás de un día intenso de gritos, de respuestas negativas a cada propuesta, de llanto imposible de consolar y enfado difícil de sostener, a veces el mensaje de la infancia puede ser:

—Mamá, no entiendo qué esta pasando, ¿me explicas?

—Papá, te siento sin ganas de jugar, ¿te duele algo?

—Mamá, te siento triste, ¿ocurre algo?

—Papá, no me miras, ¿hoy no me quieres?

—Mamá, no veo tus dientes, no sonríes, ¿no te gusta cómo lo hago?

La infancia necesita que nos expresamos, que nos sinceremos, que compartamos emociones, para así ellos iniciar el camino del aprendizaje de su expresión afectiva, social, emocional, para aprender a vivir al otro con sus propios sentimientos, saber que pueden ser diferentes a los suyos

 

Para así saber hasta dónde hoy pueden pedirnos jugar, para no vivir cómo negativo el miedo, la tristeza, el asco…aprender a integrar y aceptar cada emoción y sentimiento cómo posibles, permitidos, no juzgados, no sentir prohibida la expresión de ninguna vivencia y… generar confianza y respeto en las relaciones humanas.

 

Interiorizar que cuando les ocurra algo pueden compartir con nosotros y, que les vamos a acompañar, sea lo que sea, estaremos disponibles y a la escucha, que no hay nada de lo que no podamos hablar siempre que lo necesiten y lo deseen. Esto nace con el modelo, desde la gestación.

Los niños y niñas nos están reclamando, más que nunca, sinceridad, sencillez, naturalidad, imperfección y… mucho amor.

Laura Pueyo